Publicada: 15 de mayo del 2020
LA GUERRA ENTRE MALDAD Y CORAZÓN
extraída de página web - Sitios turísticos de Aguachica
Silvia Castro García
Aguachica, un pequeño municipio en el departamento del Cesár, es conocido por su cálido clima y el del corazón de las personas que lo habitan. Su historia no se aleja de las garras de la maldad que un día azotaron a diferentes lugares del mundo.
Antiguamente, el municipio estaba habitado por los indios Chimilas, la misma etnia que para el siglo XVII contaba con un promedio de diez mil habitantes y al son de hoy solo son 900 personas, ¿la razón? esta comunidad indígena fue atacada y destruida por los españoles, arrebatándoles las tierras de la manera más desgarradora e inhumana y formando una nueva población; obligándolos a partir sin nada al departamento del Magdalena.
Entre la lucha, el sudor y las lágrimas, siempre hay quien está dispuesto a untarse del fango al que los demás huyen; ese fue Antón García de Bonilla, nacido a unos pocos kilómetros de distancia, en Ocaña. Hombre líder, con autoridad, poder y riqueza, que arremetió contra los opositores españoles y quien dentro de sus ideas optó por llamar Aguas Chicas a las tierras bañadas por quebradas y arroyos. De ahí el nombre en conjunto “Aguachica”.
No fue sino hasta 1900 cuando empezó el crecimiento a nivel económico y sociocultural de la población, contando con una mezcla de impulsadores al avance social, entre ocañeros, turcos, costeños, santandereanos, tolimenses y antioqueños, razón por la cual el acento de los habitantes tiende a ser neutral.
A pesar de una serie de desgarradores eventos, como el tiempo en que una peste azotó y obligó a muchos a trasladarse a lo que hoy se conoce como Villa, Aguachica tomó impulso y se inició con la construcción de sus barrios, entre los más destacados : Romero Díaz, Villa Mare, Idema, La Feria, Alto Prado, Solano Pérez, Nueva Colombia, María Eugenia, San Roque, Villa Estadio, San Eduardo, Camposerrano, La Décima, Las Acacias, Mercado, Kennedy, Unión, La Esperanza, El Bosque, Ciudadela de la Paz, entre otros. No por la calidad de sus líderes, sino por la valentía, entusiasmo y determinación de las personas que habitaban el lugar; trabajadores campesinos en su momento, cultivadores de maíz, sorgo, arroz, ajonjolí, quienes portaban un saco rodeando su cintura para recolectar algodón.
Aquí nos damos cuenta que no es solo la historia de una pequeña población, sino de la humanidad entera. La guerra entre la maldad y el buen corazón viene desde tiempos inmemorables. Sangre, pérdidas, miedo, resistencia y superación, algo que no tuvo fin, ni tendrá.
Aun así, todos se levantan cada día, se alistan y emprenden camino a sus trabajos. Unos en oficinas, otros en consultorios, otros en restaurantes, otros en talleres y otros en las calles. No importa qué labor tenga quién, todos son luchadores y sobrevivientes de un pueblo que una vez vio pasearse al diablo entre sus calles, por el que se tomaron las manos, suspiraron y continuaron.
“En la unidad, existe la fuerza; podemos mover montañas cuando estamos unidos” – Bill Bailey