Por Paula Fernanda Cáceres
Aún recuerdo aquella tarde de inicio de semestre, cuando ingresé a mi salón de clases con la expectativa de un nuevo reto, una nueva historia y mis ganas fervorosas por lograr este sueño de ser profesional. Tengo en mi mente las reminiscencias de haber mirado aquel rostro por primera vez, el perfil exacto de una niña diferente, una de esas mujeres con la que no se pueden imaginar otras palabras al conocerla que “la valentía y la resistencia”.
Unas facciones que daban pruebas vivas de un doloroso pasado, la mirada obligatoriamente decaída, nariz fileña con cicatrices y un maltrato notorio, mejillas delgadas y marcadas como en un tipo de quemadura; algo muy fuerte había detrás de esa niña sentada en el último asiento, escuché pronunciar su nombre después de que ella le mencionó al docente que no tenía grupo para un trabajo que debíamos realizar.
Mis compañeras de equipo y yo en ningún momento lo dudamos, quisimos estar con ella, porque más allá de esas cicatrices, no puedo omitir en este texto que aquel rostro estaba decorado por una gran sonrisa, una voz angelical y las energías más positivas que he percibido en un ser humano, ella era Lisbeth, y aunque quería conocer lo que escondía esa curva en su rostro de nácares relucientes, no quise entrar en una actitud imprudente, yo no sabía cuánto podía lastimarle a ella recordar aquel improperio que la ha dejado marcada para siempre, yo prefería tener cerca esas bonitas vibras que transmitía con tan solo hablar y sonreír.
En medio de la realización de ese proyecto universitario, Lis (como la nombramos por cariño), me sorprendió completamente con su forma de actuar y más que eso, con su estilo austero de narrar su historia de vida; yo esperaba escuchar una voz lamentable, llena de tristeza y resentimiento por lo que en la vida le había tocado, pero fue todo lo contrario, el tono de voz que Lis manejó mientras me hablaba de sus experiencias, me añadía aún más claro el concepto que a simple vista me di “Yo estaba al frente de una de las mujeres más valientes que he conocido”
Un Ejemplo de vida
Por la confianza que Lis inmediatamente me brindó, fuimos a tomar algo a la cafetería de nuestra universidad, y mientras reía, ella detallaba los sucesos que habían cambiado su vida desde una tarde de carnavales en el mes de enero, casualmente, ese día las cafeterías lucían tranquilas y solitarias, algo que no es muy común en esa institución, así que sentí que el universo me había acercado a Lis con un gran propósito. Ella tomaba su bebida, suspiraba profundo, pero no eran suspiros de dolor, eran algo así como “estoy organizando los momentos para podértelos contar”, y comienza la historia advirtiendo que no esperaba mi lastima o mi conmiseración, que ella a pesar de todo, se siente hermosa y que tiene grandes sueños que no serán trancados por una condición física que no le dieron a elegir.
“Estaba jugando carnavales con mi madre y algunas amigas del barrio, mi mejor amiga me invitó a comer buñuelos pero no lo hice, tomé la moto sin permiso de mi mamá y me fui a buscar algo, era cuestión de unos cuantos minutos, unos minutos que se convirtieron en años de operaciones y cambios muy notables en mí, he recorrido clínicas desde San Juan del cesar, Cúcuta y Bucaramanga, donde los médicos han tratado de arreglar los daños que me causó ese accidente en moto, yo cuento lo que mi madre me dice porque yo no tengo conciencia de todo lo que me ocurrió entonces” comentó Lis mientras seguía con sus aires de tranquilidad y se quejaba de las comidas y bebidas que le obligaban a ingerir.
Yo por mi parte sí me sentía algo incómoda, pues mientras me hacía una imagen en mi cabeza de lo que ocurría, sentía que Lis atravesaba mi alma con su relato, sin embargo, refrescamos nuestras voces nuevamente y continuamos: “ yo le pregunté a mi mamá varias veces si era un sueño lo que me había ocurrido, recuerdo que estando en una clínica, vi a mi tío que ya había fallecido, estaba con sus hijas y me sonreía, pero mi mamá se niega a hablar mucho sobre los hechos, y a mí de paso también me destroza escuchar como sufre cuando intento saber algo, esto ha sido para ella lo más doloroso de su vida, tener a su niña, a su bebé deformada en una camilla; incluso, cuando se enteró que me había accidentado, llegó al hospital y no creía que era yo, era imposible reconocer si era su hija, porque mi rostro ya no estaba, eran huesos con carne despedazada y solo me pudo conocer por una manilla plateada que nunca me quitaron, de no ser así, ella no hubiese aceptado que era yo” contaba Lis mientras se acomodaba para seguir narrando.
En esa dinámica transcurría la tarde y yo seguía pegada a cada palabra, cada gesto que emitía, cada todo que pudiera conocer de ella que hasta ese día empezó a ser alguien para mí, me contaba cuando debió entrar en coma farmacológico, fueron días sin escuchar ni un quejido de Lis, era un prueba de estar del otro lado para poder renacer, de la resistencia de aquella niña engreída de entonces con tan solo 16 años; su entorno fue tan importante en este proceso, en ese momento todos se preocuparon por Lis, todos le brindaron su apoyo, le llevaban sorpresas, regalos y alimentos, Lis nunca estuvo sola, y ella admite que ese fue uno de los factores que más le ayudó.
Tengo clavada en mi memoria cada frase, recuerdo ese tarde de cafetería como si estuviese en este mismo momento en ella, la brisa aumentaba y la cabellera de Lis se movía al ritmo de la naturaleza, y entonces mencionó “ mi hermano estaba muy herido por todo esto, él dice que cuando yo estaba saliendo del coma, él me hablaba y me decía cosas que acostumbraba a decirme, por la unión que siempre habíamos tenido, y dice que uno de los momentos más felices de su vida, fue cuando en medio del coma me preguntó si yo sabía quién me hablaba y le respondí ‘sí claro, Tita, bobo`”
Sin duda alguna cualquier adversidad que yo haya tenido que enfrentar antes, no se asemejaba ni un poco a todo lo que Lis pasó, me sentí tan agradecida con la vida por tenerla conmigo y desde entonces no separamos esta amistad, y es que ¿por qué querría separarme de ella?, si Lis me enseñó de la valentía, del amor propio, me mostró que no existen diferencias, que esas personas que han sufrido tanto, guardan en sí un gran componente humano, pieza clave para las trasformaciones de una sociedad basada en los estereotipos de belleza, en los prejuicios, en los señalamientos y recriminaciones.
Lis construyó un castillo con sus verdades, transformó su vida reconociéndose en el espejo y aceptándose, transformó mi camino y el de todas las personas que logramos conocerla, porque que lo que la hace diferente no es su rostro, sino su resistencia, un ser humanístico que paso a paso ha dejado lecciones sobre la existencia, que sonríe y emana tranquilidad, que no recordaremos nunca sus facciones cicatrizadas, sino su ejemplo de vida, el ejemplo que para mí ha sido.
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